martes, 13 de julio de 2010

Quitándose las caretas

No hace mucho veíamos al Tribunal Constitucional, decisor último de la “democracia” judicial post-franquista, dictaminar acerca del archi-conocido estatuto de Cataluña.
El problema por tanto, no es quién nos gobierna, sino que nos gobiernan.

La creación de la Carta Magna española, dio a elegir entre la dualidad dictadura o democracia; democracia a la española, luego la actual. Y su nacimiento, si bien, no estuvo alejado de altercados, fue ciertamente fruto de la anestesia emanada del miedo, reflejado en la patraña del 23 de febrero ( la única vez que Juan Carlos ha dado golpe).

Con el transcurso de los años, nosotros; aquellos que vemos que el Título VIII referido a la “Organización territorial del Estado” un instrumento presidiario y centralista, los que vemos en la Constitución Española una Carta Otorgada, al más puro estilo napoleónico, un modelo de Estado desequilibrado, jerárquico, y anclado en el pasado imperial; nos hemos defendido, hemos pasado a la ofensiva propia de aquellos que no se sienten cómodos dentro de algo que se les impone.


Un ejemplo ha sido el pueblo catalán y la imposibilidad artificial de no poder construirse su propia regulación territorial. Un texto, que, sin faltar a la verdad, está hecho a la medida del nacionalismo burgués catalán, pero refrendado, en la tan repetitiva técnica del voto, por gran parte del pueblo.
La negativa del Tribunal Constitucional a apoyar una ley con vigor desde hace varios años, ha hecho que todas las alarmas salten, y la manifestación en protesta contra la Sentencia en Cataluña, seguida por más de un millón de ciudadanos es el ejemplo.



Nos encontramos en la situación, de que, no solo se han agudizado el conflicto entre pobres y ricos, sino que también comienzan ha polarizarse las ideologías. Si bien, muchos intentan despolitizar el conflicto, hablando de “políticas sin política”, la realidad es que toda acción, toda nueva posición que toma un gobierno, o un pueblo se corresponde con un método ideológico, y eso se sabe, aunque se quiere desconocer.
Quienes dijeron a los cuatro vientos que en 1989 murieron las ideologías, se equivocaban. El engranaje de la sociedad, de la sociedad activa se está poniendo en marcha, y, afortunadamente, fuera de las realidades virtuales y de la información masiva, existe vida.

La lucha entre explotados y explotadores en estos días es evidente, el efímero paso de la clase media por nuestras vidas, se ha visto diluido desde hace ya varios años, aunque es ahora cuando nos percatamos de la diferencia que existe entre unos y otros.
Las condiciones objetivas están, como siempre tuvo que ser, y como sabíamos que llegaría, las contradicciones son nuestro día a día y las posiciones se definen de una vez por todas.
Con esta retirada de los disfraces nos damos cuenta de que bajo las siglas Obrero y Socialista se escondía el lobo capitalista, alentado por los zorros de los sindicatos empresariales, que estaban cuidando con supuesto cariño a nosotros, el rebaño.
Con esta nueva determinación de situaciones observamos como el Tribunal Constitucional restringe la apertura de un Estado, lastrado por una historia sangrienta, y un nacionalismo construido a base de fútbol y caspa fascistoide, en lo que podemos considerar un atentado a la decisión de las naciones que componen el Estado Español, partiendo de la base de que ningún territorio debe imponerse a otro.




La realidad es que, el conflicto no es solo en Cataluña, sino que esta coyuntura es el golpe en la mesa que afecta a las intenciones de otras zonas como Canarias, en las que el ejecutivo autonómico ha tardado menos de horas, en decir que el nuevo estatuto; el cual torpedeó sus socios españolistas y que no era ni la mitad de lo innovadoras que las catalanas; no se podía llevar a cabo por la negativa del TC.



En definitiva, las cartas están sobre la mesa, el conflicto está claro, allí están ellos y aquí nosotros. Solo hace falta ser conscientes, y reconocernos a nosotros mismos como la fórmula de cambio. Es necesario saltar las barreras que nos vetan la libertad. No es permisible que los pueblos dependamos de un tribunal para conformarnos como pueblo, no es concebible que desde Madrid se dictamine cuáles han de ser las políticas aplicables en los distintos territorios.
Tras años colapsado, mientras la ley se ponía en práctica, por fin, y con más improvisación de lo esperado ( aún con el tiempo que se tomaron), el todopoderoso tribunal volvió a enseñar los dientes afilados del estado al que representa, definiendo categóricamente, a la española como la única nación con cabida dentro de su perspectiva de país ( la perspectiva del TC, y de los partidos nacionalistas, nacionalistas españoles). Unos pocos decidiendo sobre muchos.

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